¡No seas triste! (Ismael Sesma)
Categoría: La caja negra
Adolfo rumiaba en la espera del momento de dejar este mundo; sabía que su tiempo había pasado y estaba postrado en la cama, víctima de numerosos males. Cuando la muerte llegó a los pies del lecho, con su túnica negra, su gesto vacío y su afilada guadaña, el anciano la reprendió:
– Quizás este momento sea un trago para otras personas, pero yo estoy cansado, he vivido una existencia plena y me gustaría dejar la vida con otra sensación. ¡No sea triste! –añadió.
La muerte reculó, se diría que le sorprendieron las palabras del anciano, y desapareció. Volvió a la habitación la tarde siguiente, acompañada de un mariachi, todos ataviados con sus trajes vistosos, sus charreteras y sus sombreros enormes. Dedicaron dos corridos al anciano, que en el último estertor proclamó:
– Ha superado usted mis expectativas y se lo agradezco, compañera de viaje. Como última petición, espero que mi despedida social mantenga esta misma altura.
Adolfo, ahora sí, falleció con su mejor sonrisa prendida del rostro. La muerte se lo llevó, preocupada por el encargo. En el tanatorio todavía resuenan los ecos de aquel velatorio.