El velorio (Maite Martín-Camuñas)

El velorio (Maite Martín-Camuñas)

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Categoría: La caja negra

El muertito estaba ahí, tan a gustito en su camita de madera, tapadito con su satén blanco, tan guapo, tan elegante, que muchos de sus deudos decidieron hacerse un selfie a través del cristal de la ventanita que los unía.

Él, en esa sala refrigerada, tan fresquito, tan quieto y solito; el resto, en la sala del velorio, con una temperatura mínima de 27º, con dicha sala atestada de personas dispuestas a dar su último saludo al amigo o familiar que se marchaba.

En el pasillo exterior era aún mucho peor, pues la temperatura en esa tarde del mes de agosto madrileño estaba alrededor de los 43º más o menos y con un sol de justicia columpiándose en el filo de la baranda.

Dentro del salón comenzaba a oler a piel sudorosa mezclada con los más elegidos perfumes comerciales, se veía correr las gotas, siempre indeseadas, del sudor por los compungidos rostros. Por las bien peinadas melenas de las señoras se deslizaban furtivas las gotas de hircismo y los señores disimulaban mientras se pasaban un pañuelo de tisú por las relucientes calvas. Marcadas manchas aparecían en las camisas y blusas, los abanicos bailaban el lujurioso vals del acaloramiento; el agua fría de las máquinas del pasillo ya hacía horas que había desaparecido y en la mesita donde se había depositado el ambigú, las latas de refresco se antojaban pequeños cascarones infernales a los que nadie osaba acercarse por temor a que saliera disparado el gas oculto por efecto del calor.

La viuda y los hijos ya no se sabía si estaban llorando o si por sus pómulos lo que se deslizaba era el incómodo purito sudor.

Las pañideras de Luanco

Por fin, se sintió un movimiento en la sala del muertito, llegaban los enterradores a buscarlo, un funcionario les anunció que antes de recogerlo se podía pasar a darle el último saludo.

Todas y cada una de las personas allí reunidas quiso hacer ese recorrido para despedirse del muertito y rendirle el debido homenaje, o para tener un instante de respiro en la deseada sala del refrigerador, antes de recorrer las intempestivas calles del cementerio hasta la última morada del muertito.

Se movió la comitiva muy despacito tras la camilla de acero que transportaba el féretro de madera barnizada del muertito, con expresiones dolientes y tratando aquella serpiente humana de permanecer bajo la apurada sombra de las hirsutas paredes de los nichos de aquel camposanto hirviente bajo los implacables rayos del sol de verano.

Hubo suspiros de alivio al constatar que el pasillo donde se encontraba el nicho que le daría cobertura para toda la inmortalidad, se hallaba orientado hacia el norte y que los calores no le iban a molestar en toda la eternidad.

Acabado el duelo, fueron saliendo a una velocidad un tanto inapropiada para el lugar de reposo en el que se encontraban, pero todos estaban ansiosos por alcanzar el interior de sus vehículos fuertemente acondicionados con aire frio.

Ya nadie se volvió a acordar del muertito que descansaba a perpetuidad con los pies hacia el norte y la descarnada cabeza hacia el ardiente sur.


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