IAmor imprevisto (Carlos Candel)

IAmor imprevisto (Carlos Candel)

Categoría: La caja negra

Prevex, el mastodonte de las aplicaciones de inteligencia artificial, lo dejaba muy claro: la probabilidad de que esa chica se enamore de ti es del 0’01 %. El porcentaje de sufrir desamor es del 99’9 %. Prevex no se había equivocado nunca en sus predicciones. Nunca.

Ni la vez que se salió de la ruta habitual, a pesar de las recomendaciones, y le robaron la cartera a punta de navaja; ni cuando comió aquel plato en casa de su amigo Julio y terminó la tarde pegado a la taza del váter; ni cuando estudió aquella carrera que no le sirvió de nada y terminó como repartidor en Puntual. Nada escapa a las IA. Disponen de tanta información que hay quienes aseguran que han eliminado el libre albedrío.

Pero… esa chica… “Olvídalo”, se dijo a sí mismo. “¿Quién habla directamente con una persona que no conoce?”. Y, sin embargo, ahí estaba. Ella no dejaba de observarlo. ¿Podía fallar “Prevex”? Y ahora le sonreía directamente. Volvió a probar la aplicación, por si acaso. No dejaba lugar a dudas. 0,01 %. Sin embargo, Prevex había pronosticado en un 99’99 % de probabilidades que esa noche le iba a ocurrir algo fuera de lo común en aquella discoteca a la que no había ido nunca. Algo no cuadraba. Y ella seguía mirándolo desde la distancia, a través de la multitud.

Tampoco perdía nada por intentarlo. Jamás había hecho algo semejante. Caminó entre la multitud hacia ella, que no dejaba de mirarlo. Tuvo que empujar su cuerpo a través de varios grupos que bloqueaban el paso entre bailes y contoneos. ¿Alguna de aquellas personas habría ido a parar allí por otro motivo que no hubiera sido previsto por Prevex? ¿Serían conscientes de su falta de autonomía? La misma que en esos momentos le atraía como un imán hacia aquella chica que, sin embargo, la IA no parecía aprobar. Y cuanto más se acercaba, menos duda había. Le miraba a él. Y le sonreía con una copa en la mano.

– Hola -le dijo al llegar a su altura.

Después, un impacto en el costado, gritos a su alrededor y mucha confusión. ¿Qué estaba pasando? Ella había dejado de sonreír. Ahora las piernas le flojeaban y sentía la necesidad de tumbarse. Ella le sostuvo para que no cayera de golpe.

– ¡Lo siento! -le gritaba, aunque él no sabía muy bien por qué.

La gente corría a su alrededor. La música había cesado, el silencio había sido colonizado por gritos que cada vez sonaban más lejanos.

– ¡Lo siento! -gritaba ella llorando- Yo no sabía…

¿El qué? ¿Qué era lo que no sabía? Sentía la necesidad de preguntárselo, pero allí, tumbado en el suelo, era incapaz de decir nada. El dolor en el costado llegó poco a poco hasta que fue del todo insoportable. Alguien le había disparado.

– Fue Prevex -se justificaba ella, sin parar de llorar-, pronosticó que me salvarías la vida si te miraba todo el tiempo. Pero no imaginé que fuera así…


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