El olor del viento (Eva Soria)

El olor del viento (Eva Soria)

Categoría: La caja negra

Delia sabía que sería difícil enraizar en aquel lugar tan alejado de los atardeceres sepia del sur, del graznido de las gaviotas al ver las redes llenas de peces, desesperados por volver al azul metálico, del sonido del laúd creando puentes para atrapar sueños, del canto de las sirenas recordándole que ellas cuidarían de su pequeño.
Delia sabía que nunca volvería a su aldea, ya no había motivos para sonreír mientras amasaba la pasta de harina mezclada con miel, canela, azúcar y almendras. No necesitaba hacer más dulces para venderlos en el mercado de la plaza, ya no había bocas que alimentar.
En los bosques del norte encontró una pequeña choza, apartada del pueblo de piedra gris. El mar había quedado muy lejos, sin embargo, no conseguía dejar de oír el susurro penetrante del gran azul, el susurro de las sirenas adormeciendo a su hijo.
El invierno había cambiado la tonalidad del bosque y en el norte como en el sur, se daba la bienvenida a la nueva estación con celebraciones y ofrendasen la ermita de la pradera. Delia aún no tenía fuerzas para mezclarse con la gente del pueblo, aislada en su choza, intentaba recuperar lo mejor de su pasado para alejar las noches de sus días. Allí en el sur, era conocida por sus dulces, por eso los habitantes de la comarca festejaban la llegada del miércoles para poder ir al mercado y comprar los pestiños, alfajores, piñonates, tortas y los roscos de naranja. Diciembre se acercaba y con él, la imagen de su hijo revoloteando alrededor de los puestos del mercado de Navidad. Para enterrar el dolor, estuvo toda una noche amasando, mezclando la miel con las almendras, hirviendo en el cazo de latón la canela, con los clavos y el azúcar. El aroma de la amalgama de ingredientes salía por la chimenea de la choza y fue el viento el que se encargó de llevar al pueblo los aromas del sur. Al día siguiente, mujeres, niños y hombres se agolpaban en la puerta de la vivienda, para llenar sus cestas de mimbre con los piñonates, los alfajores, tortas y los roscos hechos por Delia. Con el propósito de hacer felices a sus vecinos, consiguió volver a sonreír mientras amasaba, los susurros de las sirenas se alejaron y el viento se convirtió en su aliado, rescatando a su pequeño del mar para traerlo al bosque. Delia no lo veía pero sabía que ahora era una criatura más del bosque, protegido por las alas del viento.


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