Cuento para otro diciembre (Ismael Sesma)

Cuento para otro diciembre (Ismael Sesma)

Categoría: La caja negra

Estaba en una plaza de toros, lleno de desasosiego. Toreaba a una letra de cambio enorme, de aquellas que firmábamos por docenas para comprar nuestra casita. Y el capote era un décimo de lotería, al que no lograba ver el número. La letra de cambio embestía sin orden ni concierto, pero con mala leche indudable, yo la esquivaba y el público se impacientaba. En una de las barreras, vi a mi suegro, que renegaba negando con la cabeza.

-¡Por los adentros, toréala por los adentros!- Me decía.

Se lo contaba a mi mujer, todavía nervioso, pero ella se partía de risa.

-¿Hiciste caso a mi padre, con lo guasón que es?

No se lo confesé, pero le había hecho caso. La letra de cambio me arrinconó en tablas, me arrolló y volteó varias veces. Cuando la cuadrilla me llevó con prisas a la enfermería, apareció un notario para dar fe de lo sucedido y, de paso, anunciarme que la letra sería devuelta a los corrales, lo que ocasionaría un aumento de los gastos a pagar.

Herido en mi honor, volví a la plaza con un revuelto de vendas para ver cómo los mansos, que eran un puñado de cabras, salían a la plaza y hacían por llevarse a la letra, que las embestía cuando se acercaban. Hasta que una de las cabrillas la pilló despistada y se la comió. El público, divertido, comenzó a tirar periódicos, serpentinas y crismas al ruedo, que fueron engullidos por el resto del rebaño. A mí, a esas alturas, solo me importaba recuperar el capote, porque el sorteo estaba próximo.

Para entonces, el único que me hacía caso era mi suegro, que repartía puros al notario y a los principales del festejo, mientras seguía dándome consejos que yo no escuchaba. Le hice un gesto con la mano para que me dejase en paz. Camino de la enfermería, me fui quitando las vendas y resultó que nada me dolía. Además, debajo del vendaje tenía puesto el pijama, un regalo de mi suegro, que asemeja un traje de torero. La enfermería estaba vacía, en un rincón había un árbol con sus adornos y a sus pies, una bandeja con dulces navideños. Me comí varios alfajores, mis favoritos y, cansado de tantas peripecias, me acosté en la camilla. Soñé que estaba en casa y le contaba a mi mujer un sueño tremendo que acababa de tener, y que ahora he olvidado. Amanecí abrazado a mi décimo de lotería.


2 Comments

Paco

diciembre 6, 2022 en 1:55 pm

Muy apropiado para una sempiterna realidad.Mandando y templando por derecho ( que la izqda ya se sabe) relata.lo justo para un relato.
Amén.

Ramiro

diciembre 8, 2022 en 10:26 am

Muy bueno. Cuantas corridas de este tipo tuvimos que torear. También estuvimos algún tiempo en los toriles preparando a los animales para salir al ruedo, poniéndoles entre otras cosas sus divisas.

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