Alopecia, ahora (Ismael Sesma)
Categoría: La caja negra
Mi madre siempre me decía que no sabía si había nacido pronto o tarde, pero que no estaba en mi tiempo. Para confirmarlo, el pelo se me comenzó a caer a la vuelta de la mili y no paró hasta que me quedé completamente calvo. Como una bola de billar, reía mi hermano.
La calvicie me convirtió en un tipo huraño, notaba cómo las chicas se reían cuando me veían aparecer; ninguna quería irse con el calvo. Un peluquín mejoró mi moral, volví a alternar y me reincorporé al mundo de los jóvenes. Hasta que una vez, bailando en una discoteca, la peluca voló y todos los presentes se volvieron a observar el prodigio. El peluquín quedó arrumbado en el armario, junto con mi estima y la confianza en el mundo. Vivo solo, cumplo con mi trabajo de taxista, salgo de tarde en tarde con otros marginados que me toleran tanto como yo a ellos y, si se me calienta la entrepierna, voy con alguna profesional que hace como que me toma en serio mientras me aligero.
Ahora, me dicen que marche a Turquía, que hacen maravillas. Pero me veo mayor para embarcarme en la aventura; soy persona de seguridades y tranquilidad, y ya me he hecho a evitar el espejo, las miradas y el compromiso. Otros me animan para que me deje ver, dicen que ahora se lleva la calvicie. Y me acuerdo de mi madre. Dicen que se lleva la calvicie, mamá, ¡hay que joderse!, le diría. Ella movería la cabeza en señal de incredulidad y me contestaría: ¡dónde vamos a parar, hijo!