Cuando amanece (Maite Martín-Camuñas)

Cuando amanece (Maite Martín-Camuñas)

Categoría: La caja negra

Comenzar a escribir nada más despertarme, puede ser gratificante o frustrante, todo depende de por donde se dirija el cerebro medio dormido y embotado aun por besos medio olvidados. Por bocas que fueron mías por un mínimo instante. Bocas amadas por el beso, por la efervescencia que despertaron dentro, lenguas inquietas que batallaron un día, derrotando en la contienda o siendo sometidas ellas, vencedoras de mil batallas, rendidas a mi lengua ansiosa de encontrar otra lengua capaz de iniciar esa refriega.

Pero puede que el cerebro a veces vaya por el camino de la memoria y traiga al sueño adolescencias tristes y lejanas, donde otra boca traicionó mi boca.

Pasiones que fueron, son, dolorosas por lo que fui capaz de entregar sobre la piel ajena. Pasiones que fueron fragmentarias, tan sólo la batalla de las lenguas tuvo rival en esa pendencia.

Ahora comienzo a despertarme, mis sentidos se desperezan. Oigo a niños por la calle camino de la escuela, arrastrando sus pesadas mochilas (¡los pobres!) con libros aburridos que no cuentan la historia, esa que estamos comenzando a repetir, y que por callar aquella, la vieja, la verdadera, tendrán que vivirla en sus carnes jóvenes y puras.

Una vuelta al pasado, un quiebro en las voluntades, un dolor sordo en el alma. Volver a vivir aquel día de la marmota una y otra vez, por no enseñar la memoria.

Mi tacto siente el peso del bolígrafo entre mis dedos medio marchitos, es duro, grueso y tímidamente caldeado por el calor de mis propias manos. En la otra mano siento las aristas del papel, frío, duro, pesado. Mi olfato busca y logra hallar el aroma lejano de un café menguado, abandonado en esa taza que no llegó a tener una mano que la izara, una boca que la besara hasta sorber su oscuro contenido.

De repente escucho bocinas lejanas, gentes con prisas que busca el atajo para llegar a tiempo allá donde les esperen.

A mí no me espera nadie, yo aguardo sola lo que pueda llegar a mi nueva madrugada. Ante mis ojos, el cuarto se va inundando de luz, los objetos recuperan sus contornos y el volumen los hace reales, los matices los dotan de una nueva vida.

Con el despertar de mi cuerpo, retornan los pequeños dolores que ya me aquejan, vinieron poco a poco, de uno en uno, con la delirante idea de quedarse.

Yo intento ignorarlo, hacer como que no los percibo, pero son insistentes, escuecen, laten, pinchan, invalidan los movimientos, quieren cercarme, quedarse en mi compañía, pero soy cobarde, prefiero estar sola, vivir a mi aire, mover mis piernas, mis brazos, mi cuerpo a mi manera, sin la comparsa de dolores irritantes que me recuerdan que esas bocas son la ausencia de aquellos amantes. De amaneceres confusos, lejanos, cobardes. Grandes amores, pequeños fracasos, todo quedó en la memoria. Se acabó la fiesta de los dulces años.


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