La Tierra prendió en llamas (Maite Martín-Camuñas)

La Tierra prendió en llamas (Maite Martín-Camuñas)

Categoría: La caja negra

La Tierra prendió en llamas,                                                 se fue consumiendo a fuego lento                                              y hoy arde, arde día y noche,                                              noche y día.                                                 
El hombre,                                                               no logra apagar la efervescencia                                          y ella sigue ardiendo                                                                                          quemándose por dentro                                                                                                  y por fuera                                                                                                                          y los animales,                                                                                                       cientos de miles de animales                                                                                               mueren cada nuevo día                                                                                                de fuego y conmoción …                                                                                                    Ruge el trueno                                                                                               sobre el río,                                                                                                      apagando el ensordecedor                                                                                              sonido del torrente que se despeña                                                                                        y retumba en la piedra fría del fondo.                                                               Brama el rayo                                                                                                                que parte el árbol desorientado,                                                                            provocando un grito de socorro extinto.                                                                       Ruinas se elevan tras el vendaval,                                                                                   el fuego crepita sobre                                                                                              los floridos mirtos.                                                                                                                 La lluvia no apacigua el rugir del fuego                                                                                        ni el clamor del río.                                                                                                            La vida huye,                                                                                                                   crecidamente,                                                                                             huye sin rumbo ni medida,                                                                               con el pánico exacerbando                                                                                                 a los cuerpos                                                                                                que se hallan extraviados,                                                                               atrapados, sofocados,                                                                                            inclementes, despavoridos,                                                                              sobrecogidos                                                                                                            por la magnitud de las llamas                                                                                           que los rodean,                                                                                                      con las aguas burbujeando                                                                           su transparente líquido                                                                                         y gorgoteando entre las peñas                                                                           que lo custodian,                                                                                        por las riveras imprecisas                                                                                     que el fuego erosiona con lascivia.

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