Cosa de hombres (Ismael Sesma)

Cosa de hombres (Ismael Sesma)

Categoría: La caja negra

Elvira está acostumbrada a ver armas. De chiquitos, los niños llevan tirachinas, cazan pájaros con liga o preparan cepos y trampas para lo que caiga allá. De mayores, los cambian por navajas estrechas de doble filo, machetes dentados o, quien puede, por una pistola. Utilizarlas tiene que ver con el orgullo, la familia o el honor. En ocasiones, con la posición de la luna o la sequedad del viento. A Elvira no le gustan las armas.

En el patio de la escuela, Estrellita suele iluminar porciones del universo diferentes de las que habita Elvira. Pero el otro día, Estrellita salió de su órbita para pavonearse delante de Andrés, como si quisiera para ella sola su cuerpo y hasta el brillo de su espíritu. Andrés todavía no lo sabe, pero terminará pidiendo matrimonio a Elvira, aunque para ese acontecimiento falten todavía quince años. Después del despliegue de sus encantos, Estrellita salió de la escuela muy ufana, exhibiendo sus uñas de colores y la mejor sonrisa de su perfil derecho.

Elvira observó la escena en silencio, con la mirada envuelta en futuro. Por la noche, siguiendo las enseñanzas de su tía Clara – que nunca hizo honor a su nombre y prefería la noche al día, el negro al blanco y el gato al perro-, se preparó para tejer un sueño contra Estrellita. La tía Clara le había advertido que, para que surtiese efecto, un mismo sueño debía ser soñado durante seis días y dejarlo descansar el séptimo, como en la Creación. A fin de inducir su contenido, Elvira perfumó sus orejas, colocó debajo de su almohada unas pinturas de colores y pidió a su madre una infusión de menta seca antes de acostarse del lado izquierdo de la cama. Los sueños sencillos son los que se repiten más fácilmente, le había dicho su tía.

Al tercer día, Estrellita faltó a la escuela; estaba indispuesta. Algo que no le sentó bien, dijeron los profesores. A la semana, la fiebre la consumía de dentro afuera, cocinándose a fuego lento en sus propios jugos, con perfume de menta. Cuando comunicaron en la escuela que Estrellita había fallecido, Elvira no dijo nada; en la profundidad de sus ojos algo brilló y se reunió con el recuerdo de la tía Clara, que la miraba y negaba. Elvira giró la cabeza, sacudió el recuerdo y entrelazó su brazo con el de Andrés.

Elvira reniega de las armas; no le gustan. Son cosa de hombres.


Deja un comentario

El Twitter del Globo