30 segundos (Eva Soria)

30 segundos (Eva Soria)

Categoría: La caja negra

Todas las miradas se dirigían al unísono hacia la misma lente de color. La cadencia sonora daba paso al grupo de transeúntes que se disponía a cruzar la calle. Almas solitarias pero con un mismo objetivo.
Inés llevaba un ramo de flores apretado contra su pecho, sabía que sería la última vez que cruzaría esa calle. El ramo de rosas de un aroma dulzón se mezclaba con el asfixiante olor pegajoso del asfalto. Los noticieros anunciaban como cada año, la temperatura más alta del siglo, aunque algo distinto debería estar pasando esta vez, cuando los aparatos de aire acondicionado estaban agotados en todo el territorio nacional, con la única posibilidad de encontrarlos en el mercado negro.
Negro era el horizonte, sofocante el aire, apocalíptico el escenario desde el que años atrás expertos de todos los rincones del planeta voceaban, sin tener respuesta por parte de las élites bien acomodadas en las celdas de su colmena. Para Inés el fin del mundo ya había dado señales como una penosa enfermedad que te devora, aunque sigas respirando. La noche anterior con la familia reunida, su padre vomitó la noticia temida y esperada. Una puñalada trapera como tantas otras que se daban cada día en el país. Sin trabajo y sin casa donde vivir, tendrían que recomponer una nueva vida, buscar nuevos caminos para garantizar una subsistencia que al menos vistiera la dignidad que aún conservaban, a pesar de la pobreza. Por la mañana se había despedido de sus compañeros del instituto, de sus profesores, de sus amigas. Las despedidas siempre dejan puertas abiertas para prontos reencuentros, para edulcorar los días amargos. Lágrimas resbalaban por el rostro de Inés, arrastrando todas las palabras de apoyo que al menos ese día ayudaron a mantener erguido su cuerpo.
30 segundos para cruzar por última vez la calle. Al llegar a la acera, tuvo que dar un pequeño respingo para sortear un parche incandescente señalizado por los bomberos. Con el salto, una lluvia de pétalos rojos, rosas y amarillos cayeron al suelo. Inés volvió a apretar contra su pecho los tallos que quedaban del ramo.
30 segundos ya agotados para dar paso a los coches. El primero, con las ventanillas abiertas liberó una melodía que hizo sonreír a Inés.


Somos carne de reemplazo, imborrable es nuestro canto” * Vetusta Morla


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