Olores (Ismael Sesma)

Olores (Ismael Sesma)

Categoría: La caja negra

Tu niñez olía a leña y carbón cada mañana al bajar a la cocina, después de darte la última vuelta en la cama, arrebujado a las sábanas, tras escuchar el gallo y la campana de la iglesia. Madre estaba siempre, con su luto, su moño recogido y la sonrisa abierta de par en par, calentando el café recio y el pan con mantequilla, que devorabas sin prestar atención. Al salir, el sol inclemente y el viento añejo se confabulaban con la tierra yerma para decir: márchate.

Recorriste ciudades, campos y mares. Buscabas sitio para asentar tu corazón, en medio de atmósferas cambiantes, de gentes con atavíos de colorín, de rostros angulados por el empeño. El sol y la rosa de los vientos parecían impulsar la vida en aquellos lugares, casi siempre con esfuerzo, alguna vez, ¡que fortuna!, cuesta abajo. Compartiste sus afanes y sus fiestas, los cantos, el humo y la bebida; suspiros efímeros y risas con patente de corso. Aprendiste al empaparte de olores que engañaban el tacto, de sabores que contradecían el olfato.

Extranjero del desencanto, reconociste tu sitio al girar una esquina, en una ciudad anónima, parecida y distinta a muchas otras. Era un lugar improbable, una escondida fonda austera y remota sin mayor distintivo que el humo de presagio que salía retorcido por la chimenea. Al entrar, el olor a leña y pan con mantequilla atrapó tu corazón. Aspiraste la certeza del viajero que hace un alto en su singladura. Una parada, quizás, definitiva.


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