Tratado de paz (Maite Martín-Camuñas)

Tratado de paz (Maite Martín-Camuñas)

Categoría: La caja negra

Que esta guerra había comenzado mucho antes de que se escucharan las armas, de eso no tenía nadie la menor duda. Se pudo intuir desde mucho antes de la invasión del espacio enemigo…Claro, que eso de territorio enemigo sí que era reciente, porque durante mucho tiempo, mucho más allá de que comenzaran los escarceos bélicos, fueron territorio amigo, común más bien, pero explicarle a las partes esta insignificancia era motivo de injerencia, y nada que orbitase alrededor quería verse implicado en esta contienda. Porque se podrían declarar inocentemente como territorio aliado de alguna de las partes en conflicto y eso no entraba dentro de los planes de nadie con un poco de seso.

Tras las agresiones verbales y los amagos de acometida por una y otra parte, comenzaron a escucharse las armas. Primero, los puñales que derramaban sangre a raudales en torno a los combatientes; después, tímidamente, se escuchó el bramar de ráfagas de ametralladora; luego, las bombas ya tomaron posesión de todo el territorio. Se acabaron las escaramuzas, todo iba certero a matar. Matar las ideas, los sentidos, los años de comunicación. La sangre brotaba como manantiales interminables. Nada ni nadie era capaz de mediar para abordar negociaciones y parlamentos, solo sangre y venganza.

Hasta que una mañana fría, de lluvia fría, se elevó una bandera blanca en el Intaba… y desde su rival, el Mlima, asomó otra bandera, ondeada con pocas ganas por el enemigo, poco dispuesto a soltar la presa aferrada fuertemente por sus fauces abiertas.

En ese parlamento no se llegó a más acuerdo que el sonido de los cuchillos, afilados nuevamente. Las andanadas de sangre inundaron el espacio y cada parlamentario se volvió cabizbajo a su trinchera.

Finalmente, se reunieron los territorios afines y les plantearon un ultimátum. O iniciaban parlamentos serios, o definitivamente se quedarían aislados en su circunscripción ensangrentada y calcinada, sin posibilidades de recuperación y apoyo exterior.

Tras meditarlo largamente, cada contendiente decidió aceptar el armisticio que impusiera una paz duradera, firmando definitivamente los documentos del divorcio que permanecían arrinconados en una mesa del salón.


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