Cuestión de tiempo (Carlos Candel)

Cuestión de tiempo (Carlos Candel)

Categoría: La caja negra

El bueno de Antonio ni se inmutó cuando uno de sus compadres, Ramón, le gritó desde la valla de la modesta parcela que tenía a las afueras de Parla:

-¿Qué haces con la huerta, Antonio? ¡Lo vas a estrozar todo!

El hombre, poco propenso a las charlas, continuó arrasando firme todo lo que pudo a su alrededor con la azada.

Más allá de la huerta se extendía un manto, a veces verde a veces marrón, de tierras de labranza que desembocaban en una autovía, inalcanzable para la mirada desde ésta. Antonio solía disfrutar del amanecer sentado en una de esas sillas plegables que tantas veces había usado en sus visitas al río Alberche para comerse la tortilla de media mañana en una jornada de pesca.

La valla empezaba a llenarse de viejos curiosos, antiguos compadres de charlas sobre huertos, semillas y tiempos de siembra.

-Pero, Antonio, ¿es que te has vuelto loco?

Voceaban desde el exterior al ver la huerta completamente desolada. Pero el hombre seguía inmerso en su tarea. No llegaban a vislumbrar los motivos. Tampoco comprendieron cuando un camión descargó un enorme montón de arena de playa y Antonio comenzó a extenderla en el lugar donde antes hubo tomates, pepinos, calabacines, judías, insectos merodeando…

-¡Con lo bonito que lo ties tu siempre, Antonio! ¿Qué te está pasando? ¿Por qué no habrá dado como a Tomás, que se se está haciendo su propio campo de golf al otro lado de la carretera de Toledo?

Pero el clímax de su incomprensión vino con lo de la barca. El hombre había convencido a uno de sus nietos para que buscara en una de esas aplicaciones del móvil de venta de productos de segunda mano a alguien que vendiera una barca. No demasiado grande ni moderna. Le bastaba una pequeña embarcación de madera, a remos. Unos días más tarde, la tenía descansando sobre la arena de playa. Y él, satisfecho, extendió sus redes junto a la barca, posó sus pies descalzos sobre la arena y, desde su silla plegable con respaldo, pudo disfrutar al fin de un bonito amanecer en la playa.

-¡Ja, ja, ja! -se burlaron sus compadres- ¡Ahí sólo vas a pescar pulgas!!! ¿Qué te crees, que estás en la playa?

-Todo llegará -se dijo para sí-, sólo es cuestión de tiempo.


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