Mañana (Carlos Lapeña)

Mañana (Carlos Lapeña)

Categoría: La caja negra

El año nuevo ha empezado a las 12:34 del día uno de enero.

El año viejo terminó a las 21:30, más o menos, del día 31 de diciembre.

En las 15 horas y 4 minutos que median entre un año y otro el tiempo no existe, como no existe el recuerdo, ni la consciencia…, como no existo yo.

Que haya estado absolutamente borracho es un factor sin duda decisivo. Pero es imposible saberlo con certeza, porque si yo no me acuerdo no hay fuente primaria a la que acudir. A no ser que exista un testigo presencial que me haya acompañado y cuyo estado sea menos lamentable…

De momento, entre el sofá en el que me tumbé a las 21:30 y el sofá en el que he despertado a las 12:34 únicamente hay –me incorporo para hacer el recuento–: junto al sofá, un charco cenagoso de vómito, entre la alfombra y la tarima, y mis zapatos peligrosamente cerca; sobre la mesa, dos platos con uvas, diez y once, dos copas de cava medio llenas, la botella medio vacía, una bandeja con turrones y mazapanes, servilletas de papel usadas y una fotografía polaroid en la que estoy con una desconocida rubia y risueña en ese mismo sofá; en el pasillo, tirados de cualquier manera, unos zapatos negros de tacón y un bolso a juego; la puerta del cuarto de baño, abierta, y otro vómito a medio camino entre los azulejos de la pared y la cerámica del váter, y en el dormitorio, una mujer tendida y dormida sobre mi cama, vestida, como yo, como los dos en la foto, y rodeada de un montón de folios desordenados, manchados, arrugados, que reconozco como los del borrador de mi libro de poemas recién terminado.

Intento recordar, sin éxito. Suspiro y me masajeo torpemente los ojos y la cara antes de apreciar dos cosas más en el repaso de este no tiempo de fin y principio de año. Una. En el cristal de la ventana, pegado con un chicle, un folio manuscrito con tres versos firmados por Octavio Paz, desconocidos para mí hasta ahora y que resultan muy adecuados para abrir mi obra:

“Mañana habrá que inventar,

de nuevo,

la realidad de este mundo”.

La otra es el reflejo de la mujer en el cristal de la ventana, que se acaba de incorporar y me apunta con su móvil.

“Quién eres y dónde estoy”, dice con hostilidad.


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