Víspera de difuntos (Carlos Lapeña)
Categoría: La caja negra
—Para mis padres, dos a los pies y uno en la cabecera. Para los abuelos, dos a los pies y uno en la cabecera. Para el tío Vicente, uno en la cabecera. Para la tía Matilde, uno en la cabecera. Para mi primo Daniel, uno en la cabecera. Y los cuatro para Facun, que no se me olvide. En total, trece. Hay de sobra. Acuérdate de combinar crisantemos con cresta de gallo, todos iguales, que haya para todos…
Mientras hablaba, el viejo hacía acopio de artículos y herramientas de limpieza. Estropajo, cubo, botella con agua, cepillo, algunos trapos… Los metió en la furgoneta.
—Yo voy ya. Recojo a Facun y vamos empezando. Tú ponte con los ramos y me llamas cuando hayas terminado.
El viejo arrancó y salió por el portón a la calle. El muchacho cerró y se giró para contemplar el patio. A la derecha, la casa. A la izquierda el huerto, con las dos zonas bien diferenciadas; aquí las calabazas y las lombardas, ahí las flores. Cogió las tijeras y un barreño grande y se puso manos a la obra.
Sentado a la sombra de la parra fue componiendo los ramos. nueve crisantemos y una cresta de gallo en cada uno, nueve soles blancos y una explosión roja en cada uno. Los ató con cinta azul, con lazada desigual, y los colocó cuidadosamente sobre la mesa. Cuando hubo terminado, contó los ramos. Le salieron catorce.
—Vaya –se dijo en voz alta, mientras una sensación extraña se le agarró al estómago.
Telefoneó al viejo.
—Nada. Contesta, hombre.
Hizo varios intentos, sin éxito. Empezó a preocuparse. Pero algo le decía al mismo tiempo que todo aquello era normal.
—Un ramo de más para decorar una tumba de menos –se le ocurrió–. Y como no debe sobrar ninguno… Hace falta un muerto más para aprovecharlo… Esto da para un cuento.
Sonrió.
Cuando salía por la puerta sonó el teléfono.
—Me tenías preocupado –dijo.
La voz del viejo se quebró al otro lado de la línea.
—Facun ha muerto.
El muchacho apenas se inmutó.
—No somos nada –pronunció casi irrespetuosamente.