Errata (Carlos Candel)

Errata (Carlos Candel)

Categoría: La caja negra

Quería transmitir la profundidad de su rabia desde la cadena de montaje en la que cada día intermediaba para crear todas aquellas absurdas piezas de metal, pero no se le ocurría cómo. Las condiciones laborales de la gente como él no eran las mejores. Siempre sufriendo para llegar a final de mes, a la carrera entre pieza y pieza, con el reloj en contra para dedicarle tiempo a la familia. Hacía tiempo que había desistido de la idea de que el sindicato pudiera servir como vehículo para transportar su pesar. Presión. Pieza. Nervios. Pieza. Pieza. Ansiedad. Pieza. Pieza. Pieza…

Y tras las piezas comprendió que la única manera en la que podía reivindicarse fue precisamente a través de una de ellas. Si tan siquiera fuera capaz de imprimir de alguna manera su malestar en una de aquellas piezas metálicas… Una errata con la que hacer daño a terceros más allá de la cadena de montaje, del lado del consumidor. Un daño equivalente al sufrido cada día en aquel precario trabajo, revertido después en su propia familia y en su futuro. Quizás una rebaba afilada con la que infringir un corte, lo más profundo posible, como grito de dolor para revelarse contra un mundo que lo asfixiaba y lo relegaba a un lugar en el que nadie escucha nada. O puede que un fallo en el diseño para desencajar y hacer caer el puzle final, cuyo mapa desconocía porque la pieza ni siquiera daba pistas sobre el resultado último para el que fue creada. El desequilibrio justo para hacerlo fallar de la forma más estrepitosa posible.

Durante semanas ideó su plan. Sólo lo llevaría a cabo en una de las piezas. Nadie debía sospechar. Nadie podía acabar atando cabos y descubriendo su malintencionada idea. Sin trabajo no era nada. Lo dibujó en la contracubierta de su taquilla, en su mente, en las gotas que se quedaban adosadas a la pared de la ducha… Y, por fin, dio con la brecha. Un pequeño defecto, casi imperceptible, pero que haría una de las piezas inservible. Una pieza defectuosa que, al ser colocada en su sitio, acabara fragmentándose y provocando daños en el consumidor. Sólo tenía que manipular levemente el material metálico del que estaban hechas antes de introducirlo en la cadena. Eso sería suficiente. Sí.

El corazón le latía al doble del ritmo de la prensa. La cinta parecía correr mucho más rápido de lo habitual. Tal y como había programado, manipuló el material, lo introdujo en la cinta y esperó a que la prensa hiciera su trabajo. Ya estaba. Fácil. Sencillo. Rápido…

Para su sorpresa, la prensa hizo algo que jamás había visto hacer. Tras fabricar la pieza, se detuvo un segundo más de lo habitual, y después, un pequeño brazo cuya existencia desconocía, la empujó hacia un lado, desechándola. La máquina, programada para descartar todo tipo de anomalías, no estaba hecha para singularidades, sino para moldear piezas uniformes, piezas “normales”.


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