Inteligencia emocional (Ismael Sesma)
Categoría: La caja negra
El taller de motos está en las afueras del pueblo, en la bajera de la casa familiar de los padres de Basilio, que ahora ocupa en soledad. La trasera de la vivienda se abre a una parcela de dehesa asalvajada, con fresnos, algún roble y atravesada por un regato que lleva agua durante dos o tres meses al año. La parcela es propiedad de Basilio, aunque su uso y disfrute los tiene en exclusiva Daisi. Basilio se empeña en escribir el nombre así y no hay más que hablar. Daisi es una yegua alazana, orgullo de su dueño, que la cuida como a una hija y casi nunca monta. La yegua es la atracción de los niños del pueblo; se acerca a ellos cuando los ve llegar, risueños como caramelos, es afable y come de su mano. El resto del tiempo Daisi lo pasa sesteando, salvo si observa que Basilio se queda parado frente a alguna moto, concentrado y ausente como la esfinge. Entonces, Daisi se acerca con trote interesado hacia la trasera del taller, apoya la cabeza en el hombro de Basilio y le da indicaciones sobre cómo reparar o qué destino dar a la motocicleta. Sus consejos suelen dar resultado; ‘tienes razón’ le dice Basilio mientras la palmea el lomo con un gesto de satisfacción en el rostro, y retoma la reparación con otro entusiasmo.
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Basilio rara vez viaja a la ciudad, solo para lo imprescindible; gestiones con la administración y médicos constituyen su catálogo de visitas. Esta vez ha venido a recoger los resultados de unas pruebas y el doctor no le ha dado buenas noticias. Basilio viaja en metro para enlazar con el autobús y volver a casa. Está sentado, con la cabeza gacha y la expresión ausente, intentando hacer la digestión de la noticia, cuando comienza a caer agua del techo del vagón. Al principio es una gota aislada, fugaz, que resbala desganada, atrapada por la inercia de la marcha. Nadie dice o hace nada, salvo evitar la salpicadura y mirarse con ojos de sorpresa. Tres estaciones después, el goteo se ha transformado en un chorro constante, parte del vagón está cubierto por una película de agua que se extiende como la culpa, y los viajeros se aprietan en el espacio que todavía permanece seco, alrededor de Basilio. Basilio solo piensa en su yegua, tiene que decirle que estará una semana fuera y después, vete tú a saber. Al llegar a su estación, se percata de la inundación, se encoge de hombros y sale.
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Basilio le cuenta y Daisi entiende la situación. Se mantiene pegada a Basilio y cabecea con dulzura sobre el hombro de su amo. ‘No te preocupes, que los médicos siempre exageran, se ponen en lo peor para después maniobrar hacia la vida y la salud. Yo estaré bien, esperando tu regreso. Y Damián me traerá agua y comida estas semanas, ya te ocuparás de avisarle’; todo eso escucha Basilio mientras siente a Daisi palpitar a su lado. Una lágrima resbala por su mejilla y cae al suelo. Basilio se acuerda del agua del metro, de la inacción de la gente, de sus rostros. Piensa que si cada uno de ellos tuviese su Daisi particular, todo sería diferente.