Un equilibrio necesario (Rafael Toledo Díaz)

Un equilibrio necesario (Rafael Toledo Díaz)

Categoría: La caja negra

Por más que intento buscar en la memoria, ya no me acuerdo de aquel maestro de primaria. Sin embargo, sí recuerdo con nitidez aquellas explicaciones sobre la importancia de los valores y las variaciones del pensamiento. En su intento por motivarnos, aquel buen hombre utilizaba una aproximación a la parábola asociando la endeblez de los árboles jóvenes con la flexibilidad del pensamiento. Nos contaba que un árbol joven podía moverse de un lado a otro en función de la dirección del viento debido al escaso grosor de su tronco. Él comparaba esa elasticidad del cimbreo con nuestra infancia y adolescencia, una etapa repleta de cambios, tanto físicos, como emocionales que se suceden a través del aprendizaje.

En sus clases nos refería que, cuando somos unos imberbes, y como algo natural, estamos abiertos a los diferentes pensamientos, así, y de repente, podemos ir a un extremo opuesto sin importarnos la contradicción, cambiamos de ideas con una naturalidad asombrosa y en un espacio muy corto de tiempo.

Aquel educador ponía en valor la inocencia y la flexibilidad del razonamiento frente al rigor y la terquedad que demostramos cuando hemos alcanzado la edad adulta, una época donde el posicionamiento ideológico es ya asumido como algo natural.

Sin embargo, no debemos confundir la renuncia de los valores y principios que deberíamos haber alcanzado con la madurez con la común rectificación para solventar las dificultades que la existencia plantea.

Difícilmente podemos transitar por la vida sin cambiar de opinión, eso es algo natural y aceptado en el desarrollo personal. Pero si somos demasiado frívolos con la honestidad y la moralidad que hemos logrado tras nuestro aprendizaje, en algún momento la conciencia nos dará un toque de atención y nos llamará al orden, porque aunque pretendamos engañarnos, siempre somos conscientes de las desviaciones de nuestra conducta.

No todo el mundo tiene claro este concepto y, sin embargo, se da como forma natural. Algunos, sin llegar a expresar la seguridad total de sus principios aceptan una fórmula intermedia, es decir, no saben exactamente lo que quieren, pero sí saben lo que no quieren, lo hacen por convicción o por intuición, pero al menos no son arrastrados por la moda que el momento propone.

Personalmente asumo con serenidad que se acerca el otoño de mi existencia, quizás por eso echo la vista atrás y considero que, gracias al aprendizaje y las experiencias que la vida me ha presentado, he conseguido tener un criterio propio. Sin embargo muchas veces echo de menos la flexibilidad y el atrevimiento de la infancia.

Tratando de justificarme, confieso que, a pesar de que mis venas y mis articulaciones empiezan a endurecerse, hay otros elementos que me hacen frágil. Mis inseguridades, mis recelos, mis dudas, mi decadencia física o mi dualidad emocional entre mi ciudad natal y la de residencia, son mis disimulados miedos los que al menos me facilitan cambiar de opiniones de vez en cuando. Es entonces cuando me acuerdo de aquellas enseñanzas y añoro la ingenuidad de cuando era niño. No, no me regodeo en ello, pero tampoco renuncio a esa debilidad que necesita del afecto de los míos para seguir buscando la sensatez en mis acciones y mi conducta, aunque sea realizando cambios en mi pensamiento.

Ayer fui fuerte e insensible, hoy puedo ser tierno y quejica; ayer fui ausente y hoy puedo ser cercano; ayer fui extrovertido y lenguaraz, hoy prefiero ser cauto y discreto. Durante mucho tiempo fui demasiado pragmático y ahora me complace la bohemia, y si en algunos momentos fui hosco, ahora necesito la caricia y el abrazo. También antes pensaba que el mundo podía cambiar, hoy me apena comprobar que todo continua igual, y no me resigno.

Por eso ahora, y antes de que se acabe mi tiempo y el certero leñador hunda el hacha en mi reseca y quebradiza corteza, solo procuro proteger de tormentas y vendavales, de aguaceros y pedriscos a ese tierno arbolito que crece alrededor y a la sombra de mi presencia. Una vida que perpetuará mi estirpe y suspiro porque algún día sea fuerte y afortunada sin perder esa fragilidad a la que siempre invitan la libertad, el amor y la belleza.


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