Cuadratura (Ismael Sesma)

Cuadratura (Ismael Sesma)

Categoría: La caja negra

La conversación con Pepi está terminada. Ella ha definido el comienzo, los parámetros de la charla y su desenlace; me deja. Con gesto decidido, firme y triste, cierra la puerta del coche con ese cuidado que se impone hasta en los detalles pequeños. Solo me queda permanecer postrado en el asiento mientras miro como se aleja de mí para siempre.

– ¡Autocrítica, Jose, autocrítica! -el cerebro me machaca con la frase, la escucho una y otra vez de sus labios. No es lo peor que me ha dicho, pero la palabra se queda adherida como una lapa a mi mente.

El tiempo pasa y el mundo gira mientras intento hacerme un plano de situación; vuelvo a estar solo. Por fin, arranco y me incorporo al tráfico. Automatizo la conducción, mi apartamento está apenas a veinte minutos y conozco el recorrido con la precisión de los gestos repetidos. Mi cabeza enlaza pensamientos: Solo hacen autocrítica los marxistas y los católicos; el resto, disimulamos, me digo. Para los marxistas de reuniones llenas de humo en bajeras ocultas era un imperativo, como la lucha de clases, las condiciones objetivas, el desviacionismo o la plusvalía. Ahora los marxistas son especie en vías de extinción y su autocrítica, también.

La confesión es otra forma de autocrítica, pienso, y me sonrío. El juego consiste en recordar tus faltas y hacer propósito de la enmienda. Luego, la noria vuelve a girar. La última vez que me confesé tenía doce años y el ceremonial hacia el confesionario lo asumía con la misma inercia con que encaraba la subida hasta el colegio cada mañana, o pedía la merienda a mi abuela cada tarde.

Recupero la conciencia de la carretera. Ahí estoy, en el carril central, detrás de una camioneta lenta y ruidosa. Otros coches nos adelantan por izquierda y derecha; algún conductor nos mira con gesto feroz.

Aunque quizás la más bonita autocrítica es la de los niños, cuando escriben la carta a los Reyes Magos. Los ves pensando en el contenido de la misiva; miran hacia arriba con ojos brillantes y ponen en marcha sus engranajes mentales, buscando la justificación de sus andanzas durante el año, o repasando sus merecimientos para recibir el ansiado juguete. Luego nos hacemos mayores y nos olvidamos de escribir cartas.

Llego a mi destino y aparco. La conversación con Pepi está envuelta en una niebla que me perturba, como si ya no me perteneciese. Observo mi alrededor, estoy en el barrio de mi niñez; no sabría decir cómo he llegado hasta aquí. Nada es como fue.


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