La obligada elección (Rafael Toledo Díaz)

La obligada elección (Rafael Toledo Díaz)

Categoría: La caja negra

La columna de vehículos se acercaba lentamente hacia la pista de despegue. En estas últimas ocasiones la seguridad era sólo testimonial y ahora apenas necesitaban un par de tanquetas ubicadas en los dos extremos del convoy. Nada que ver con las primeras caravanas que eran atacadas por las hordas anti-sistema y que requerían una fuerte protección para poder llegar al destino.

Estos últimos viajes completaban el envío al nuevo planeta de una selección de obras literarias y objetos de arte, sobre todo telas y pinturas. Se había descartado enviar muestras escultóricas por el enorme peso y su complejidad para el transporte en las naves espaciales.

Anteriormente, las partidas fueron de productos más básicos e imprescindibles. Hasta Terra-dos, que así es como se llamaba el nuevo planeta, se habían transportado los materiales más diversos, desde semillas hasta tecnología media, sobre todo pequeña maquinaria, al principio también fueron enviadas algunas especies animales para que fuesen adaptándose al nuevo hábitat.

Ahora, la diezmada población resistía recluida en el subsuelo y aguantaba aprovechando el agua residual de los acuíferos, todos esperaban el traslado definitivo al nuevo planeta para iniciar una época tan desconocida como ilusionante y en la tierra sólo quedaría un pequeño retén de científicos listos para ser rescatados cuando la situación fuese límite.

Menos mal que quinientos años antes unos pocos políticos iluminados decidieron apostar por aquel pequeño departamento de astrología, ya que entonces todavía no estaban alertados del gran riesgo que sufría el planeta. Aquel grupo de científicos e investigadores utilizaron provechosamente los recursos que aquellos líderes pusieron a su disposición. Muy pronto empezaron las exploraciones con un resultado espectacular y al lado de aquel agujero negro en el espacio descubrieron un planeta oculto, un astro de características muy parecidas a la Tierra, motivo por el cual le bautizaron como Terra-dos.

Ahora, cada semana se preparaba un cargamento para completar todo lo necesario. La flota de naves que, acertadamente, tenían rotulado el nombre de aquellos gobernantes despegaban de la pista en medio del desierto, un trasiego y una actividad que era la única muestra visible de la existencia de vida en la corteza terrestre.

Al final, ni siquiera tuvieron que actuar contra los rebeldes porque las condiciones de vida en el exterior los diezmaron hasta casi su desaparición. Aquellos grupúsculos díscolos eran colectivos de escépticos y negacionistas, personajes que nunca se creyeron el deterioro de la Tierra a pesar de las evidencias. Al principio, sus dirigentes gozaron de las simpatías del pueblo que, ingenuo y cansado de la ineficacia de los gobernantes tradicionales, creyó aquellos mensajes simplistas. Sin embargo, más tarde, y cuando llegaron al poder, se evidenció su falta de proyecto, su ambición y su torpeza que llevaron en muy poco tiempo a la humanidad al borde del desastre.

Ahora la reducida población estaba gobernada por un grupo de tecnócratas encargados de organizar el traslado al nuevo mundo, al nuevo planeta, una tarea ardua y complicada, pero que era la única alternativa para que la especie humana no desapareciera.

Tras los sucesivos desastres medioambientales la sociedad quedó diezmada y necesitó estar al límite, justo al borde del abismo, para apostar unida por un proyecto tan descabellado, un viaje sin retorno que significaba la única salvación posible.

El escribidor necesitó releer el texto en la pantalla un par de veces, después echó un vistazo a su escritorio y comprobó que el vaso estaba vacío. Aquella narración era un desvarío, esa ocurrencia no pudo salir de él, nunca antes escribió ficción, no le gustaba y no era su género preferido; apenas algunos títulos se salvaban de su veredicto como lector compulsivo.

Movió la cabeza tratando de negar aquel relato y pensó que había sido un arrebato excitado por el alcohol, o mejor, una excentricidad o un disparate obra del aburrimiento. Pero aunque aquello no tenía ni pies ni cabeza, sin embargo, y de pronto, le vinieron a la memoria las próximas elecciones. Personalmente, estaba hastiado de tanta mentira e ineficacia. No obstante, aquel raro texto que salió de su cabeza le hizo dudar.

Aunque en principio había decidido no acudir a las urnas pensó que quizás debería votar. Y si lo hacía, debía razonar muy bien su elección, porque era muy posible que a la vuelta de unos años ya no habría solución a tanta corrupción y tanto despilfarro.

Moralmente estaba obligado a elegir, y había que elegir bien, porque no quería verse reflejado en aquella fábula que, aunque aparentemente surrealista, no era ajena a un futuro remoto, pues a veces la realidad supera a la ficción. Ja ja ja…


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