Las puertas del paraíso (Carlos Candel)

Las puertas del paraíso (Carlos Candel)

Categoría: La caja negra

El discípulo observó con detenimiento los tres senderos que su maestro le mostraba.

-Estos son los caminos que conducen al paraíso -le dijo señalando con su mano izquierda hacia el horizonte.

El primero de ellos se bifurcaba a tan sólo unos pasos. El de la izquierda conducía recto hacia una preciosa mansión blanca, flanqueada por una valla de forja. Su estampa era tan acogedora y nítida que, al mirarla, daban ganas de internarse rápidamente en ella. El de la derecha avanzaba sinuoso hasta una lejana puerta en mitad de una playa desierta.

-Estas son las puertas del paraíso del futuro. La primera de ellas, la de la mansión blanca, es la más fácil de alcanzar, pero debes tener en cuenta que sólo podrás cruzarla una vez en tu vida, y una vez sobrepases su umbral, no podrás regresar aquí jamás. Para tu información, muchos eligen ésta. Y la segunda, la que ves allá al fondo, más allá de las sinuosas curvas, al borde del mar, podrás abrirla sólo una vez al año. Se podría decir que ésta es la más demandada de todas…

Sin duda, era mucho más tentadora la de la mansión, aunque el hecho de no poder regresar… No obstante, el discípulo no quiso decidirse aún. No hasta conocer el resto de puertas.

-Aquella de allí es la puerta del presente -señaló el maestro-, podrás traspasarla cuantas veces quieras a lo largo de tu vida, cada día, cada hora, cada minuto…

El dedo del maestro indicó hacia lo alto de una sobrecogedora y encrespada montaña. El camino discurría por ella como una hormiga ascendiendo por el tronco de un árbol.

-Pero maestro, ¡esa puerta es inaccesible! Tendría que ser un gran escalador y tener alma de pájaro para poder acceder hasta ella.

-No te dejes llevar por las apariencias, querido alumno, algunos días te parecerá imposible alcanzarla y otros, por el contrario, será casi como un agradable paseo.

Hasta ahora el maestro jamás le había dado motivos para dudar de él, pero aquello le pareció una broma pesada, como uno de esos acertijos imposibles de resolver con los que terminas por rendirte.

-¿Y ésa? ¿Qué puerta es? -preguntó el discípulo, señalando la última puerta que, entre brumas, se mostraba ante ellos como un ente fantasmagórico.

-¡Ah, sí, ésa! -dijo el maestro, como si acabara de caer en la cuenta de que se dejaba algo por decir- Eso en realidad no es una puerta, no te llevará a ningún lado y, sin embargo, hay mucha gente que la elige. Es la puerta del pasado.

Quedaba claro entonces, la del pasado no era una opción. Ahora sólo quedaba decidirse por una del resto. El aprendiz se tocó la barbilla, simulando pensar, tal y como había hacer a su maestro, aunque en el fondo no tenía ni idea de qué hacer. La idea de alcanzar el paraíso a cada segundo le atraía mucho, pero el terreno le parecía demasiado peligroso. Pero, por otra parte, elegirlo sólo una vez en la vida… Ya habría tiempo para eso. Y la del paraíso una vez al año, sin duda era la opción menos arriesgada. Disfrutarlo de vez en cuando no era bastante tentador y no suponía mucho esfuerzo, pero qué pensaría el maestro de él si se conformaba con lo mismo que la mayoría…

-Bueno, pues… supongo que la mejor opción es… la puerta… del presente.

Casi se arrepintió de haberlo dicho según salió de su boca.

El aprendiz ascendió lentamente la montaña. Necesitó armarse de mucho valor y echarle mucho esfuerzo para conseguir llegar hasta la cima, donde se encontraba la puerta de entrada al paraíso del presente. La empresa le llevó todo el día, y desde luego, nadie podía negar que se trataba de toda una aventura. En varias ocasiones llegó a temer incluso por su vida.

Al llegar era casi de noche y se encontraba exhausto, pero satisfecho de su hazaña. Apenas le quedaba tiempo para disfrutar del paraíso, pero eso era menos que nada. Abrió la puerta y al otro lado se encontró con el maestro. Sorprendentemente había vuelto al punto de partida.

-Pero… maestro, ¿tanto esfuerzo para esto?

El maestro sonrió.

– ¿Acaso negarás haber disfrutado del camino?


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