La cita (Carlos Lapeña)
Categoría: La caja negra
Por fin tenía la cita con la que encabezar mi relato sobre Servicios púb(l)icos, el tema elegido para La Caja Negra del mes, una sección de la página web de la asociación El Globo Sonda en la que solía colaborar asiduamente. La expresión “servicios públicos” me llevó a la palabra “funcionario” y, de ahí, mi memoria se remontó al siglo XIX, concretamente a Larra y, más concretamente, a su artículo Vuelva usted mañana, publicado en El Pobrecito Hablador. Revista Satírica de Costumbres, bajo el seudónimo de Fígaro, el 11 de enero de 1833.
En el artículo, el periodista habla de la visita de un extranjero que ha venido a resolver unos asuntos con la ingenua pretensión de no emplear en ello más de quince días. La vitalidad y el optimismo del personaje choca de frente con las carcajadas del periodista, quien le asegura que pasarán meses antes de que pueda dar por finalizada su misión. Durante el diálogo que se establece entre ambos, al principio del artículo, asistimos a este momento:
—¡Hipérboles! Yo les comunicaré a todos mi actividad.
—Todos os comunicarán su inercia.
Este breve intercambio de ideas fue el elegido para encabezar mi texto. Me vi atrapado por lo que esas dos frases guardaban detrás de las pocas palabras con que estaban expresadas. Por un lado, la incredulidad del extranjero lo lleva a tachar de exageradas las palabras de su nuevo amigo y, por otro, su convencimiento lo lleva a creer que podrá contagiar su celeridad a quienes lo atiendan. En oposición a la ingenua decisión del extranjero, aparece la categórica afirmación del español, sin resquicio alguno para la esperanza. “Todos” –es decir que asume la hipérbole como realidad en su justa medida, sin resquicio para las excepciones– “os comunicarán su inercia” –la Administración, por medio de sus entes corpóreos que son los funcionarios, no es esquiva, no evita la información; al contrario, responde inmediatamente, pero no para solucionar nada, sino para demostrar en su respuesta la expresión de la naturaleza que la conforma después de años y años de perversión: la inercia–.
Y nada más escribir la que sería la cita estupenda que encabezaría mi relato, pensé en que ciento ochenta y ocho años después del texto de Fígaro-Larra, la Administración sigue presa de la misma inercia, con grilletes de otro tipo, más modernos, tecnológicos, digitales, pero igualmente ineficientes y pedestres… Y excluyentes.
Y alcé la cabeza del cuaderno, dirigí la vista al ordenador, distinguí en su pantalla el listado de documentos que debía cumplimentar y adjuntar a la instancia electrónica, para tramitar una solicitud pendiente –cuya naturaleza no viene al caso–, pero que trazaba todo un circuito cerrado y complejo de empresas cuyo punto de fuga era la Administración, la puta Administración que paga a quien la vende, con sus servicios púbicos –¡oh, sí, no pares, así, más, más…!–, y me sentí decimonónico… Y extranjero… Y analfabeto… Y gilipollas.