El verdugo de los justos (Ismael Sesma)
Categoría: La caja negra
En los aledaños al Tribunal Supremo de Komodo, acostumbró a establecerse un dragón de unos cuatro metros y mirada altiva, que fue recibido con cautela por las gentes que se acercaban allí a comprobar la eficacia de la maquinaria judicial del país. Aunque los guardias que custodiaban el recinto le echaban cada día, el dragón volvía con extraña persistencia.
Ya hechos a su presencia, los ciudadanos pasaron a observarle con indiferencia y una pizca de aprensión, pues en la genética de estas buenas gentes está grabado a fuego que nunca se sabe cómo puede reaccionar un lagarto de semejante tamaño. Sin embargo, con el tiempo el dragón pasó a ser mirado con simpatía por los que allí se acercaban, pues se comprobó que solo devoraba a los reos culpables de delitos de especial gravedad. Como quiera que, además, acompañaba sus festines con un lagrimeo perceptible, su selectiva voracidad incluso logró enternecer a los ciudadanos menos partidarios de aquella extraña forma de la administración de justicia de la provincia.
Con el tiempo, se le construyó un aposento y pasó a ser considerado casi un elemento más de la judicatura. Algún avispado comerciante incluso incorporó su imagen en diferentes versiones de los recuerdos que los turistas acostumbraban a comprar tras su periplo por la isla. Mientras, el reptil se paseaba por sus dominios con esa mezcla de orgullo e indolencia que les es usual y solo se transforma en ferocidad en momentos de caza. Hasta había quien creía percibir en los gestos preparatorios de sus festines un rastro de clemencia asomar en su rostro.
Se le puso nombre: ‘Algojo orang benar’, que puede traducirse como verdugo de los justos, aunque los lugareños le solían llamar Algo, por esa tendencia universal a la reducción que les debemos a los británicos, maestros en la elevación de palabras o cosas a su mínima expresión.
Algo llevaba una vida apacible; nadie lo molestaba y siempre tenía una ración de rancho a su disposición. Hasta que cometió el error animal de devorar a uno de los magistrados de tan alto tribunal. Para cuando se demostró que el juez estaba implicado en una extensa trama de turismo sexual infantil con conexiones entre lo más granado de la administración, el gran dragón ya llevaba meses muerto, alanceado por los guardias contra el criterio de las gentes de la provincia, que con la clarividencia de los simples razonaban: Algo habrá hecho, para que Algo lo haya devorado.