Offerendus (Javier González)

Offerendus (Javier González)

Categoría: La caja negra

Ejerciendo de monaguillo, sin título para ejercer, en la iglesia de nuestra señora, que así llaman a la gran mayoría de la iglesias mayores, caí de bruces en la marmita de las ofrendas. Mi curiosidad me posó en el fondo de armario que el señor sacerdote de turno mantenía en estricto secreto. Dinero de pobres, joyas de la desesperación y la penitencia, pan, vino y muchas viandas que habían ofrecido a nuestra señora una legión de sedientos y hambrientos vecinos con la esperanza de seguir confiando en la esperanza.

Casi pierdo mi oreja izquierda al ser rescatado de un fuerte tirón por mi mentor, que con amenazas de fuego eterno y patadas, hizo de mí un pelele apaleado y mudo. De rodillas fui postrado ante el altar para que el gran señor de los cielos fuera testigo de mi castigo. Me hizo jurar silencio de por vida sobre lo que allí había visto, pues nadie del pueblo debía saber que las ofrendas no se utilizaban para actos de caridad. Y me impuso el peor de los castigos para un pecador, la condenación eterna. Solo podría aliviar mi tortura con sacrificios, votos y dádivas durante el resto de mi vida y aun así no lograría entrar en el paraíso. Como mucho mi destino descarrilado me dejaría en el purgatorio para siempre de los siempres.

Desde entonces aprendí a no sacrificar en altar de piedra o mármol a ningún ser vivo, a donar lo que tuviera a quien no tuviese, sin intermediación divina. A tener siempre abiertas puertas y ventanas. Cultivé el deseo de no desear y en honor a la marmita de ofrendas de la iglesia de nuestra señora, solo me disfrazo de oferente por gratitud o amor. La misma gratitud que debo a quien lee las letras creadas para la caja negra y a quien las escribe.


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