Aprieta el botón, o lo que sea (Carlos Lapeña)

Aprieta el botón, o lo que sea (Carlos Lapeña)

Categoría: La caja negra

Poso el dedo índice sobre el lugar exacto de la pantalla táctil… Aprieto el botón, diríamos y todos nos entenderíamos, aun sin apretar nada, aun sin existencia de botón alguno… Como cuando decimos “tiro de la cadena” en un mundo sin cadenas de las que tirar, con cisternas que liberan el agua accionado una palanca o, ahora sí, apretando un botón… La pantalla cambia. Aparece una pantalla dentro de la pantalla. Ya estoy dentro, literalmente, dentro de la reunión, que es la pantalla de la reunión. Las pantallas dentro de la pantalla, a medida que se van sumando los invitados. Hasta dieciséis, todos los que somos. Con tanta gente en sus respectivas pantallas, se aprieta la pantalla, en otra aceptación de “apretar”. “De qué te ríes”, me pregunta Sandra, la administradora de la reunión, de la madre de todas las pantallas, la diosa apreturas. “yo no me estoy riendo, es mi pantalla la que ríe”, respondo muy serio, a pesar de que mi imagen ahí dentro sigue riéndose libremente. “Os voy a silenciar a todos”, anuncia Sandra, y vuelvo a reír imaginándola apretando el botón de los botones que deja mudos los micrófonos de los invitados. “¡Aprieta, Sandra, aprieta, aprieta, aprieta!”, exclamo cuando veo mi micrófono tachado con una barra oblicua. Río sin disimulo. Aprieto el botón de la risa, podría decirse. También podría apretar el botón del vídeo y desaparecer, pero no, para desaparecer es mejor mi plan. Sandra ha dado la palabra a Esteban, que nos felicita las navidades y nos desea blablabla con los décimos de lotería que ha comprado ya y cuya participación nos mandará mañana por whatsapp, la pantallita frenética del whatsapp. Apretando el botón del avioncito, supongo sin dejar de reír. No puedo dejar de reír y eso llama la atención de varios, que piden intervenir, tras apretar sobre el icono de la manita amarilla que pide la palabra, imagino. “De qué te ríes” pregunta Nerea, riendo. “Pareces tonto”, me ofende Azucena. “Me alegro de que estés tan contento, Carlos”, dice Joaquín, “Que alegría, tío. Adiós al bajón”. Como si pudiese apretarse un botón para eliminar esas cosas… Bueno, ellos sí que parece que tienen ese botón. Un botón para el aislamiento, para el miedo, la noche oscura del alma… Mientras hablan unos y otras, pido paso. Poso mi dedo en la manita amarilla y espero. Hablan de teletrabajo, de redes y ergonomía, de luces y de resultados, de pantallas, de botones. Por fin, Sandra me activa el micro. Imagino su manita posándose sobre el icono de mi micro para liberarlo de la barra oblicua y hacer posible la magia de mi voz. “Adiós, compañeros”, digo sin más. Y muestro la pistola, cuyo cañón introduzco en mi boca y cuyo gatillo aprieto, sí, aprieto meticulosamen


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