Telones de acero (Eva Soria)

Telones de acero (Eva Soria)

Categoría: La caja negra

TODO ESTABA BAJO CONTROL. Sentada en el banco de colores difuminados por el paso del tiempo, leía la biografía del viejo profesor y pedagogo judío. La descripción del gueto de Varsovia y de sus infames muros removió las asentadas capas del recuerdo. Por un instante los olores, el griterío de calles peatonales, los coloridos carteles publicitarios, invitando a la ingesta de cultura y el deseo de vivir, estremecieron de nuevo los cimientos de un pasado que yacía desde hacía años bajo los escombros del olvido. Desde el banco observaba tímidamente la avenida, devorada por los telones de acero que custodiaban como un cerbero insomne los bares y comercios de la zona. Locales que se acostumbraron a la agónica llamada del cierre parcial o total de sus puertas. La vieja galería de la esquina era la única que se mantenía abierta y no era extraño, ya que se adaptó al cambio perverso de las costumbres sociales, que con tanto sigilo se perpetró desde despachos parapetados por el supuesto bien social. Las tiendas que sostenían con tesón hercúleo la apertura ininterrumpida de la galería, eran las que se dedicaban a la venta de mascarillas y de libros basados en el estudio de los efectos del uso y abuso de estas en la fisionomía humana. El amplio repertorio de lecturas del pasado se redujo a tesis, análisis, investigaciones y estadísticas sobre el único objeto de culto que había enmascarado el rostro y estrangulado sus sentidos. Ahora, la firma de estudiosos de mascarillas se había convertido en todo un acontecimiento social, en realidad el único. Custodiados por drones que tomaban la temperatura y medían distancias de seguridad entre los asistentes, el espectáculo estaba servido. Sin embargo, ni siquiera el control de las llamadas fuerzas del estado podía impedir la existencia del mercado negro y sus codiciadas ofertas, donde cronistas como Pedro Marín o científicos como Carlos Lapeña traspasaban las fronteras delo permitido, para desenmascarar el verdadero secreto de tanta parafernalia. El resto de tiendas estaba destinado a un solo objetivo, aprovisionar a la población de todo tipo de mascarillas. La infinidad de modelos había dejado atónitos a los antisistema del momento. Dibujos minimalistas, reproducciones de obras de arte, mascarillas con micrófonos, con emisoras oficiales incorporadas, mascarillas con sabores, con olores, con sonidos, de distinto tacto… Todas, absolutamente todas, cumplían una función indiscutible, la de sepultar el instinto más preciado del ser humano, aunque ya después de tantos años recluida en ese gueto bajo la dictadura de la ignominia, no recordaba cuál era. Como cada tarde los helicópteros sobrevolaban la ciudad y miles de pasquines como hojas de otoño cubrían la avenida, recordando las nuevas medidas de seguridad: aislamiento envuelto con nuevos telones de acero.


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