Mutación tras la evolución (Carlos Lapeña)
Categoría: La caja negra
La evolución contenida de que hablaba el cronista Pedro Marín sufrió una rápida mutación en aquel municipio del sur. No sólo orejas, ojos y nariz habían evolucionado hacia una anatomía profiláctica, podríamos decir que “mascarilliforme”, de la que hablaba el autor, sino que también la boca había desarrollado una membrana filtrante retráctil, formada por millones de filamentos que constituían una tupida barrera, insalvable para las micropartículas de polvo, polen, aerosoles, virus… Cumplidora con las especificaciones UNE 0064 y 0065, sin duda, y reconocida como producto sanitario en el sentido de la Directiva 93/42 y del Reglamento UE / 2017/745, y como equipo de protección individual en el sentido del Reglamento UE / 2016/425, entre otras normativas nacionales e internacionales.
La membrana se desplegaba a conciencia en las situaciones pertinentes y se replegaba para permitir la ingesta de alimentos sin problema. Pero los besos… Los besos no estaban dispuestos a existir o no existir en función de las circunstancias, el peligro o la prudencia de cada cual. Los besos querían ser y estar permanentemente, en potencia y en acto, aristotélicos perdidos, y buscaron otros modos de darse, como el agua busca –y encuentra siempre– el modo de fluir. Y aparecieron bocas y lenguas, incluso pequeños dientes, en codos y en frentes, en pechos y en manos, en los sexos mismos, para el deleite de los cuerpos y la elevación de los espíritus.