Martínez, el Hacha (Carlos Lapeña)

Martínez, el Hacha (Carlos Lapeña)

Tu padre es un hacha, hijo, no lo olvides. Espero que tú también lo seas, para eso te estoy educando. No sólo hay que respetar las normas, ya lo sabes, hay que denunciar su incumplimiento a viva voz si es necesario, como hacemos nosotros. Eso es. ¿A que te sientes satisfecho, casi feliz? Por supuesto que sí, como tu padre. Primero desde el balcón, te acuerdas, increpando a esos desgraciados que andaban en pareja con un trapito azul atado al brazo, como si un trapito azul fuese garantía de nada. Recuerdas cuando también nosotros nos lo atamos y salimos para demostrar que cualquiera puede fingir ser rarito. Y luego, desde la misma acera, sacándole los colores a la vecina de enfrente, sí la que salía por el pan a medio día, ya ves tú, ¡a medio día por el pan! Y voy yo y me lo creo, ¿eh? Ahora mismo nos lo creemos, ¿verdad, hijo? Y los aplausos, por supuesto, no me jodas. Aplaudir a quienes hacen su trabajo y no a quienes hacen mucho más de lo que deben, sin ser siquiera considerados como grupo de riesgo estrecho de contagio. Aplaudir, vale, pero con el himno, coño, con el himno, que todos somos españoles y ya podríamos presumir de serlo. Aplausos para todos o para nadie, no te jode. Así que qué buena compra el bafle, y qué rápido nos llegó, caramba, tenían razón. Y la última… la penúltima, seguramente, la de los niños y los… “deportistas”, con chándal y el tabaco en la riñonera. Qué buena idea la de hacer fotos mientras íbamos a comprar o con el perro, ¿eh?, qué efectos tan cojonudos de muchedumbre hemos conseguido plasmar. Las redes están que arden, y con razón. Da gusto, alegría y satisfacción comprobar que no estamos solos, que somos tantos vigilando por el cumplimiento de las normas, por que llegue la ansiada normalidad, bendita normalidad, a pesar de los irresponsables y los egoístas, esa gentuza que considera que las normas no son para ellos, que sólo ellos saben lo que hacen, poseedores del conocimiento absoluto… De la Verdad, con mayúscula. Estoy convencido de que ahora en el barrio nos tienen más respeto, incluso nos admiran, porque hemos sido capaces de hacer lo que nadie se ha atrevido a hacer. Solo tienes que ver cómo se giran cuando pasamos, cómo señalan. Sí, te sientes importante, ¿eh? No es para menos… Estoy tan orgulloso de ti, cariño. Tú, como yo, tu padre, también serás un hacha, no tengo la menor duda. Y no hay nada que haga más feliz a un padre que ver a su hijo crecer a su imagen y semejanza.


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