El orificio (Pedro Marín)

El orificio (Pedro Marín)

Ya no existían dioses, las religiones habían desaparecido, no eran útiles para el control de los humanos. Ni reyes, ni dictadores, ni presidentes…ningún sistema de gobierno. Sólo le necesitábamos a él.

Había conseguido dominar el mundo de la forma más perversa, sus propias víctimas serían sus más fervientes soldados, sus defensores, sus aliados, la gran maquinaria de difusión de sus planteamientos, ellos mismos se colocarían los grilletes y se sentirían bien. Sí, una especie de masoquismo ideológico construía su doctrina.

Una vez conseguido esto, él solo se limitaría a observar. Le construyeron un gran templo que enseguida se quedó pequeño, pero eso no era problema, su poder y sus riquezas no tenían límite.

Tenía necesidades y sus secuaces las cubrían. Pero ya sólo quería comer y comer. Su hambre era exponencial y, en consecuencia, crecía y crecía sin parar. Fue transformándose y poco a poco, perdió cualquier rastro que recordara que en origen era humano. Pronto dejó de alimentarse por sí mismo y eran los pequeños los que lo hacían. Estos, a la vez que él crecía, iban perdiendo poco a poco cada uno de los sentidos, pero al mismo tiempo habían asumido de una forma incuestionable que su actividad debía centrarse en que no le faltara alimento.

Una gran masa informe cubría un gran intestino. Su volumen era tal, que sus fieles e incondicionales seguidores tuvieron que dejar libre todo el espacio en la superficie y comenzar a construir galerías y cuevas bajo tierra, perdiendo el último sentido que les quedaba, la vista. Aún así, su proceso de involución les iba limitando cualquier capacidad humana, menos la de seguir alimentando a su gran amo y señor.

Crecía y crecía, la masa y el gran agujero por el que lo alimentaban. Llegaban pequeños de todas partes. Se construían su galería y se sumaban al trabajo.

El principio del fin comenzó con un microscópico virus, nada grave parecía, pero que se expandía a una velocidad vertiginosa, y más por esas galerías infectas e insanas sin apenas respiración exterior.

Uno de los pequeños infectado por el virus, pero obligado a continuar trabajando, en un momento de debilidad, tropezó cayendo por el agujero que un día fue boca. Como imagináis no era el primero que se había convertido en alimento…pero este fue diferente.

A los pocos días, la masa comenzó a vibrar y unos ruidos parecidos a los provocados por una tos, pusieron en alerta a toda la comunidad. Algo estaba ocurriendo. Grandes temblores sacudían la superficie, provocando la caída de cientos de los pequeños y la muerte de muchos aplastados en los pliegues de su cuerpo. Los que pudieron, corrieron a resguardarse en sus galerías.

La tos iba creciendo, provocando que la masa empezara a balancearse. De nuevo un ataque de tos y falta de aire hizo que se girara. En ese momento, un sonido desgarrador abrió otro gran orificio en una de las partes de su cuerpo que permanecían ocultas, por el que comenzó a salir a borbotones un líquido viscoso y maloliente. Todo el mundo corría despavorido, pero el líquido se extendía sin control. No tardó en colarse por las galerías. Arrastraba y reventaba contra el fondo de éstas a toda vida humana. En muchos casos reventaba la tierra volviendo a salir al exterior como grandes bufones pestilentes.

Varios días duró la Gran Deposición. Así nombran a ese hecho los miembros del consejo de construcción de la nueva vida, los supervivientes. Alguno está recuperando los sentidos.


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