El diario (Javier González)
Categoría: La caja negra
Llegó a nuestras vidas como llega el granizo, la varicela o la muerte, por sorpresa, sin el aviso previo de un tintineo o un síntoma. Llegó para quedarse, sin el permiso que se otorga a un invitado, con nuestras vidas. Abandonado en una selva de libros y estantes, quieto y agazapado como una rapaz nocturna, aguardaba cauteloso a que alguien lo invitara a salir. Sus tapas de piel antigua, ajada y sucia, no portaban título alguno, ni señal que lo identificase con autor o colección en desuso.
Sus páginas vacías de color ocre, sin macula de letra impresa o escrita a mano, nos hablaban con claridad que estábamos ante un viejo diario, desubicado por descuido en aquella biblioteca que visitamos por última vez. Cuán fácil hubiese sido dejarlo aparcado en el olvido y que sencillo, sin embargo, fue dar pábulo a la maldad, oscura y retorcida, que dormía entre sus hojas.
Nada más atravesar la puerta de salida, con el diario escondido en nuestro regazo, comenzó el inicio de nuestro fin. Al abrirlo por la primera página, nos sorprendió la fecha escrita, 31 de Octubre de 2018. Exactamente el día, el mes y el año en el que estábamos. De pronto el silencio se hizo dueño y señor de nuestro penar. Se nos negó el habla, la sonrisa y la mirada. Nos transformó en estatuas sin vida, hieráticas prisioneras en un mármol gélido. Guiados por el impulso infernal del diario que nos manejaba a su antojo, llegamos a una de las muchas casas abandonadas, diseminadas a lo largo de la ciudad.
Al entrar en la penumbra de un gran salón, huérfano de muebles, con hedor a panteón para miserables, nos colocamos, como seres sin alma, en un círculo presidido por el diario que, misteriosamente, se había liberado de nuestro celo. Miré, un segundo, a los ojos de mis compañeros y vi reflejado el pánico que nos encarcelaba y la lucha de alma por deshacernos, sin suerte, de su dominio. La eterna y pesada quietud que nos atenazaba cuerpo y espíritu no lograron esconder la oscuridad que invadía al grupo de modo desigual. Nos íbamos haciendo invisibles e imperceptibles. La primera esfumación despertó el poco albedrio que nos quedaba. Cogí con gran esfuerzo el diario. En la segunda página aparecía escrita la fecha de nacimiento, el rostro dibujado y las palabras más usadas por nuestro amigo desaparecido en las tinieblas. Delante de nuestra incredulidad, las hojas se llenaban sin que nadie, ni un alma, al menos bondadosa, escribiera en ellas.
Salimos de la casa envueltos en un halo de desesperanza. La noche era cerrada y cruel. Solo la débil luz de las farolas nos revelaba que el grupo había perdido dos miembros más y a cambio el diario ganaba dos nuevas vidas impresas con tinta del averno. Quedábamos pocos. Algunos percibían con terror la cercanía de su hora. Tuve la ocurrencia, no sé bien porque, de dirigirnos al viejo cementerio. Apreté el paso todo lo que mi flaqueza me permitía. Enrollé el diario en mi abrigo con la tonta esperanza de cegarle hasta que llegáramos a nuestro destino, como si allí envuelto nos librara, al menos de momento, de la insobornable maldición. Apenas mis pies obedecían mi afán. La puerta del cementerio estaba delante de nosotros. Cruzar una calle y entrar, nada más. Un último esfuerzo. Y una última duda. ¿Nos salvaría de esta pesadilla poner los pies en un recinto sagrado? Solo había un modo de comprobarlo. A esa hora de la noche, la puerta estaba lacrada con candados irreductibles. Sin pensarlo un instante lancé mi abrigo junto al diario por encima de la alta reja forjada y por ella trepé sin aliento. Al caer al otro lado pude comprobar que estaba allí solo. Ninguno de mis compañeros logró llegar a tiempo. Les vi impresos por orden de desaparición. Desde entonces habito, sumido en el silencio, dentro de estos muros de tumba. Sé que si saliera de aquí, me esfumaría como el resto. Aunque mi condena es infinitamente peor. Soy un muerto en vida. Un ente de carne y hueso que vive, como un galeote invisible. Todas las noches abro el diario para no olvidar los buenos momentos que pasamos juntos y que su maldición no me haga más esclavo de lo que ya soy.
Parla 31 de Octubre de 2019.