La muerte de la bruja M. Pandora

La muerte de la bruja M. Pandora

De las millones de brujas que andan y vuelan a través del tiempo, yo, María Pandora, siempre anteponía la posibilidad de viajar frente a cualquier otra actividad.

Después de muchos viajes a diferentes épocas de la Historia y a diversos lugares de este y otros mundos, tenía como costumbre dormir en bibliotecas, librerías o lugares destinados a almacenar libros.

Lo elegía por lo cómodo, discreto y acogedor del lugar y también por una cuestión práctica. Cuando bajaban las temperaturas durante la noche, podía utilizar las hojas de los libros y manuscritos para acolchar un frío suelo, amontonar alturas para conseguir una almohada a medida y arroparme el cuerpo con varias capas.

Al amanecer, antes de que el lugar fuera invadido de nuevo por las personas que lo utilizaban, los embrujos y conjuros con mi escoba devolvía cada cosa a su sitio.

Era una cuestión importante de mi plan de viajes hasta que visité el siglo XXII donde los libros eran electrónicos y las tablets de frío plástico ya no abrigaban.

En la noche en que visité el último glaciar sobre la Tierra fui la primera bruja que murió congelada y no ardiendo en la hoguera.

Muchos ríen de mi infortunio pero yo prefiero tomarlo como un acto más de rebeldía y continuar mis viajes con la Santa Compaña.


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